miércoles, 13 de abril de 2016

Obras que han marcado mi vida (VII)



De los átomos a los quarks

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Es hora de eliminar el término ficción y de quedarme solo con el de ciencia.

No estaría siendo justo, ni siquiera conmigo mismo, por mucho que un libro así no sea lo que uno espera en una serie de entradas como estas, si no incluyera algún libro de divulgación científica, pues en mi biblioteca personal hay más de un centenar de ellos, y no es por casualidad.

Es un libro con más de treinta años a sus espaldas (hay que ver como se escurre el tiempo cuando no lo miras a la cara) y pese a que ha habido avances en lo que en él se trata, ya advertí sobre lo que considero una obligada perspectiva generosa sobre el paso del tiempo en las obras humanas.

Ya era un adulto cuando leí este libro, y aunque no todo lo que en él había era un descubrimiento para mí, debo de reconocer que contribuyó a fijar uno de los temas científicos que siempre ha llamado mi atención: el funcionamiento de la realidad en su escala constituyente más pequeña. Prueba de ello es la serie de entradas que escribí en este blog bajo la etiqueta: ¿De qué están hechas las cosas?.

Intentando no asustar a los que no tienen conocimientos previos sobre el tema, James S. Trefil da una bien hilvanada perspectiva histórica sobre los avances en el conocimiento de lo más pequeño, para después entrar algo más en profundidad conforme se acerca al presente, al presente de entonces.

"En otras palabras, si se extendiera un tubo de plomo macizo desde la Tierra hasta la estrella más próxima y se soltara un neutrino dentro del tubo en ese momento, aparecería en Alfa Centauri dentro de cuatro años sin haber perturbado uno solo de los átomos del tubo."

En este viaje hacia las zonas más profundas de la realidad, no le queda más remedio que lidiar con la para mí tan odiada como venerada mecánica cuántica. Sin embargo, al ser una obra de carácter divulgativo, y no entrar por tanto en formulismos matemáticos, no provoca rechazo ni siquiera en el profano. Muy por el contrario, este físico baja a la tierra para explicarnos, en términos razonablemente entendibles a los simples mortales, el funcionamiento de la realidad de las partículas a este nivel cuántico. Aún recuerdo la forma en que trata el principio de incertidumbre, convirtiendo algo que parece envuelto en un aura mágica en un concepto comprensible, dentro de las implicaciones que supone.

No es seguramente el mejor divulgador de física, pues tiene una fuerte competencia en otros autores, algunos vivos y otros ya no, como Paul Davies, Richard Feynman, Roger Penrose, George Gamow, etc, y es posible que este no sea siquiera su mejor libro, pues tiene otros que bien podrían llevarse ese mérito (como El momento de la creación, El panorama inesperado o Un científico a la orilla del mar), pero de nuevo insisto en que la pretensión de estas entradas no es presentar las mejores obras de la humanidad, ni siquiera subjetivamente, sino solo relacionar algunas de las que han quedado fijadas en mi memoria como artífices de algún cambio apreciable, si no en mi devenir, sí en las conexiones sinápticas que han formado mi yo pasado y el actual.


 Buenas tardes desde Arcoíris

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