sábado, 18 de junio de 2011

Yo pregunto, tu indagas, el inquiere.

Desde que recuerdo he buscado desesperadamente una brizna de razón en mis pensamientos: algo que pudiera hacerme constatar la verdadera naturaleza de mi existencia, de mi ser y de mi estar.

Mi búsqueda ha sido vana, sigue siéndolo y lo será hasta el final de mis días.

Las sempiternas preguntas no serían tales si pudieran ser contestadas, pero las que pierden ese adjetivo colman de satisfacción a quienes las descifran.

La curiosidad es, en sí misma, muy curiosa:

¿Por qué la tenemos en tan alto grado?
¿Es una de las causas de nuestra evolución y, al mismo tiempo, uno de sus efectos, retroalimentándose sin descanso?

En algún sentido, si nos hacemos preguntas es porque, a veces, obtenemos respuestas. Seguramente quien más preguntas se responde más preguntas se hace y, probablemente (y si se me permite abusar de la palabra, curiosamente), la desazón de no obtener respuesta es la misma sea cual sea el bagaje de respuestas obtenidas con anterioridad.

Steve Jobs, en el vídeo que adjunté en mi última entrada, recomendaba a los estudiantes de Stanford, en la apertura del curso de 2005: "seguid alocados". Yo, pese a todo lo dicho, añadiría: "no dejéis de haceros preguntas".

Buenos días desde Arcoirís.

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