Recuerda, mi empapada Tierra, que tu aparente quietud en el
cielo es sólo una burda ilusión y que tus pretensiones geocéntricas se esfumaron
con las del propio hombre.
Tu nombre deriva de la diosa romana que te personificaba
(Terra) y que a su vez tiene su origen en la griega Gea, diosa primigenia.
Eres el único planeta con agua líquida en su superficie, hasta
el punto de que si alguna civilización alienígena te pusiera nombre hoy en día,
o nosotros mismos nos propusiéramos rebautizarte, tu nombre más apropiado sería
planeta Agua.
No es lo único que te hace especial: también eres el
más denso, y el único que presenta tectónica de placas. Pero, por encima de
todas tus singularidades, eres el lugar donde vivimos aquellos que nos
proclamamos, orgullosa y equivocadamente, "seres inteligentes". Quizás
el único, dentro del sistema solar, que alberga vida. Una vida que, al
contrario de lo que muchos piensan, mora en ti casi desde tu nacimiento.
Es una conveniente combinación de distancia al sol,
composición, tamaño y densidad, entre otras, la que te hace idóneo para la vida (al menos
para la que conocemos y definimos). Nada que deba parecernos una increíble
casualidad, ni fruto de designio alguno, si aceptamos el principio antrópico
débil por el cual si las cosas no fueran precisamente así, yo no estaría
escribiendo en este blog, ni tú leyéndome. Quizás es exactamente lo que ocurre
en infinitos universos paralelos, tan "casuales" como el nuestro.
A cambio de ese honor que nos concedes, nosotros te
condenamos, dulce Gaia, a muerte. Irremediable, paulatina e inconscientemente;
con estúpida seguridad, hipocresía y egoísmo. Pero no es nada personal, es sólo
que nos gusta demostrarnos lo inteligentes que somos, pero ocultamos lo pancista
y despreocupado de nuestro proceder. Aún a costa, más que probablemente, de
nuestra propia destrucción.
El quid de la cuestión es que esa "nuestra" no es
realmente la nuestra, sino la de la especie. El individuo se oculta entre el
grupo, camuflado en su efímera existencia y despreocupado de un futuro que, en
realidad, nunca será el suyo.
Dispones de un satélite, La Luna, que es el más grande, con
diferencia, en relación al planeta que orbita. Las consecuencias de este hecho
diferencial son de nuevo enormes: las mareas, la estabilización del eje
terrestre, la lenta reducción de la velocidad de rotación de la Tierra, etc...
Incluso se ha postulado su relevancia en el origen de la vida.
Curiosamente, tu día dura un día y tu año un año. Toda una
declaración de intenciones.
Pues bien,
¡Que sepas que te quiero!. No me acongojas, húmedo orbe.
Buenas tardes desde Arcoíris.