martes, 13 de septiembre de 2016

Evocación


 

A veces lamento que mi memoria no sea perfecta.

Bueno, en realidad lo lamento siempre, pero unas veces más que otras.

Estamos lejos de conocer la naturaleza detallada de los procesos cerebrales en general, y la memoria, que no es solo almacenamiento, es algo que muy a pesar de los neurocientíficos sigue teniendo mucho de misteriosa.

Es un hecho cierto que mi memoria episódica (que es la que tiene que ver con experiencias personales, hechos biográficos, emociones pasadas, momentos vividos, lugares visitados, etc.) no está especialmente dotada. Mis hermanos, con los que, con la salvedad del pequeño, no me llevo mucho tiempo y en todo caso son años que deberían contar a mi favor si hablamos de sucesos de la infancia, recuerdan muchísimas cosas, relevantes o no, que a mí me parecen salidas de su imaginación.

Y no es solo algo que pueda constatar por comparación con ellos pues, aunque me esfuerce, mis recuerdos no son fuertes ni claros. Siento que debería acordarme de mis compañeros de colegio, o al menos de algunos, de mi primer beso, de la primera vez que fui a esquiar, de la distribución de las casas en que he vivido, de los sitios en que he estado, etc.

Sin embargo, apenas guardo las sensaciones, los olores, los sonidos, los sabores. Perder esos momentos pero sin perderlos del todo puede llegar a ser más frustrante que no haberlos vivido.

Hoy es 13 de septiembre, dos días después del aniversario del atentado de las torres gemelas, un día después del aniversario de mi único hijo, el mismo día del mismo mes en el que mi madre nos dejó hace ya siete años. Supongo que es imposible que olvide una cosa así.

Es una de esas veces en las que, como decía al principio, lamento que mi memoria no sea perfecta. Odio la sensación que me provoca la idea de estar perdiendo recuerdos relacionados con ella. Muchos de los recuerdos que guardo, principalmente de mi infancia y adolescencia, se mantienen precisamente por el refuerzo que ella alentaba.

En todo caso, me consuelo con el valor de la perspectiva holística de las cosas, que da más peso al concepto global que a sus constituyentes. Así, pese a que miles de detalles sobre mi relación con ella se han perdido en algún imbricado lugar entre mis recuerdos, lo que perdura es su imagen, sin duda idealizada pero no menos real, de ser humano comprensivo, paciente, tenaz y bondadoso, tan desbordante de amor y generosidad que era imposible no perdonar su terrenal falibilidad. La balanza siempre fue a su favor, y eso es mucho más de lo que puedo decir de la mayoría de semejantes con los que me he relacionado desde mi nacimiento.

Aún te recuerdo, mamá. Y no soy el único que te echa de menos.


Buenos días desde Arcoíris.

lunes, 5 de septiembre de 2016

I have a dream


 

No voy a hablar del sueño de Martin Luther King. No solo los grandes hombres tienen sueños, los pequeños también los tenemos.

Hay sueños inalcanzables y sueños asequibles, grandes sueños y nimiedades oníricas, sueños egoístas y sueños aún más egoístas, sueños que se confunden con deseos y sueños que son simplemente esperanzas.

Yo sueño con que llegue un día en el que no nos domine el miedo ni la vergüenza, en el que conceptos como la Economía, la Política, el Derecho o la Religión, dejen de tener significado.

Yo sueño con que llegue el día en el que no sean necesarios el egoísmo y el altruismo, en el que medrar no sea el único significado de la existencia.

Es éste un sueño egoísta, inalcanzable, que funde deseo y esperanza pero, sobre todo, es un sueño destructivo, pues su consecución nos llevaría, más que probablemente, a la pérdida total de identidad como especie. En ese momento dejaríamos de ser humanos, eso de lo que parecemos vanagloriarnos tanto.

I have a dream, pero quizás es mejor obviarlo.


Buenos días desde Arcoíris, el hogar de Hacedor De Sueños.