A veces lamento que mi memoria no
sea perfecta.
Bueno, en realidad lo lamento
siempre, pero unas veces más que otras.
Estamos lejos de conocer la
naturaleza detallada de los procesos cerebrales en general, y la memoria, que
no es solo almacenamiento, es algo que muy a pesar de los neurocientíficos
sigue teniendo mucho de misteriosa.
Es un hecho cierto que mi memoria
episódica (que es la que tiene que ver con experiencias personales, hechos
biográficos, emociones pasadas, momentos vividos, lugares visitados, etc.) no
está especialmente dotada. Mis hermanos,
con los que, con la salvedad del pequeño, no me llevo mucho tiempo y en todo
caso son años que deberían contar a mi favor si hablamos de sucesos de la
infancia, recuerdan muchísimas cosas, relevantes o no, que a mí me parecen
salidas de su imaginación.
Y no es solo algo que pueda
constatar por comparación con ellos pues, aunque me esfuerce, mis recuerdos no
son fuertes ni claros. Siento que debería acordarme de mis compañeros de
colegio, o al menos de algunos, de mi primer beso, de la primera vez que fui a
esquiar, de la distribución de las casas en que he vivido, de los sitios en que
he estado, etc.
Sin embargo, apenas guardo las
sensaciones, los olores, los sonidos, los sabores. Perder esos momentos pero
sin perderlos del todo puede llegar a ser más frustrante que no haberlos
vivido.
Hoy es 13 de septiembre, dos días
después del aniversario del atentado de las torres gemelas, un día después del
aniversario de mi único hijo, el mismo día del mismo mes en el que mi madre nos
dejó hace ya siete años. Supongo que es imposible que olvide una cosa así.
Es una de esas veces en las que,
como decía al principio, lamento que mi memoria no sea perfecta. Odio la
sensación que me provoca la idea de estar perdiendo recuerdos relacionados con
ella. Muchos de los
recuerdos que guardo, principalmente de mi infancia y adolescencia, se
mantienen precisamente por el refuerzo que ella alentaba.
En todo caso, me consuelo con el
valor de la perspectiva holística de las cosas, que da más peso al concepto
global que a sus constituyentes. Así, pese a que miles de detalles sobre mi
relación con ella se han perdido en algún imbricado lugar entre mis recuerdos,
lo que perdura es su imagen, sin duda idealizada pero no menos real, de ser
humano comprensivo, paciente, tenaz y bondadoso, tan desbordante de amor y
generosidad que era imposible no perdonar su terrenal falibilidad. La balanza
siempre fue a su favor, y eso es mucho más de lo que puedo decir de la mayoría
de semejantes con los que me he relacionado desde mi nacimiento.
Aún te recuerdo, mamá. Y no soy
el único que te echa de menos.
Buenos días desde Arcoíris.