Recuerda, mi encarnado Marte, que tu color no se debe a
sangre alguna y que tus pretensiones de ser maligno ya hace tiempo que son fútiles.
Reflejo de nuestro futuro, una vez ríos de agua horadaron tu
piel. Una piel que quizás llegó a cubrirse con océanos.
Sobre tu castigada superficie se alza majestuoso el volcán
más grande de todo el sistema solar, el Monte Olimpo, que con sus 25 km de alto
empequeñece a nuestro Everest recordándonos las inmensidades que hay más allá
de nuestro hogar planetario.
Has sido el favorito de nuestros escritores, objeto de
nuestros miedos y fantasías más ingeniosas.
Heredaste tu nombre del dios de la guerra romano, y tus dos
satélites serían después llamados como dos de los hijos que tuvo Ares (el dios griego
de la guerra identificado con Marte) con Afrodita (la diosa griega del amor identificada
con Venus): Fobos (pánico) y Deimos (terror). Todo muy siniestro y apropiado.
Con esos antecedentes no carece de lógica que tu símbolo
astronómico sea también el que denota al sexo ingenuamente llamado fuerte.
Tus días son de duración muy parecida a la nuestra, pero tus
años se nos harían muy largos. En años marcianos mis 47 tacos serían apenas 25.
Pues bien,
¡Que sepas que te observo!. No me das miedo, planeta rojo.
Buenas tardes desde Arcoíris.
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