Recuerda, mi descomunal Júpiter, que tu solidez es engañosa
y que tus pretensiones de ser estrella, aunque más realistas que las de Venus,
ya hace tiempo que murieron.
Eres, con mucho, el mayor de los planetas en masa y en
volumen pero, tal y como le ocurre a todos los grandes de nuestro sistema
solar, eres gaseoso. Probablemente tendrás en tu fuero interno algo líquido,
más difícilmente sólido, pero tan inalcanzable como algunos de nuestros sueños.
Estás hecho, como las estrellas, de hidrógeno y helio, pero
en ti no arden los fuegos nucleares. Nunca creciste lo suficiente para
encenderte. Quizás pensaras que era mejor ser el mayor de los planetas que la
estrella más pequeña. Tal vez lo sea, o tal vez no.
Como el padre de los dioses, del que heredaste el nombre,
tienes infinidad de hijos a tu alrededor, más de medio centenar. Algunos de tus
satélites (tres) son mayores que nuestra Luna y, todos en general, más
intrigantes.
Las tormentas en tu atmósfera podrían engullir, por tamaño,
nuestro planeta, y algunas perduran durante cientos de años. Tu campo magnético
es también gigantesco. No eres desde luego muy agradable, pero eso no limita tu
belleza, sólo la hace peligrosa.
Tardas menos de 10 horas en girar sobre tu eje, así que
también tienes el dudoso honor de ser el que posee el día más corto de todos. A
cambio, estás tan lejos del sol que tardas casi doce de nuestros años en
rodearlo por completo.
Pues bien,
¡Que sepas que te miro!. No me impresionas, gigante gaseoso.
Buenas tardes desde Arcoíris.