miércoles, 21 de septiembre de 2022

La innegable obcecación del abnegado


Hoy en día, en los tiempos en que reina el buenismo (vulgarismo normalizado con connotaciones sarcásticas obvias), junto con otras tendencias que le acompañan cogidas de la mano formando el trenecito de la hipocresía patológica que nos caracteriza, suena casi a broma hablar “en serio” de algo como la abnegación.

Creo haber comentado en alguna entrada anterior esa visión, bien argumentada y nada desdeñable, de que el altruismo, y sus parientes cercanos, sólo son imágenes en el espejo del todopoderoso egoísmo.

Lo cierto es que, aunque las motivaciones puedan no ser tan “puras” como debieran, en la práctica podemos considerar (dejando de lado la palpable arbitrariedad, subjetividad, relatividad, transitoriedad, y unas cuantas “-dad” más, de la Ética), que la abnegación (no enfermiza) está más cercana al concepto de “bien” que al de “mal”.

Renunciar a los propios deseos o intereses en beneficio ajeno no es ninguna tontería.

Desde un punto de vista puramente evolutivo parece más una ayuda que un inconveniente, lo que no ocurre en el caso de otras virtudes humanas.

Se habla de la abnegación de los padres, de los médicos, de los bomberos o los policías, de los religiosos…

No creo que todas sean equiparables, o tan siquiera comparables, como tampoco creo que todas sean fruto de la lucidez o del discernimiento ético, pero, pragmáticamente hablando, podríamos considerarlo un atentado (voluntario generalmente) contra la razón, un ofuscamiento de las ideas, un intento desesperado de desligarnos de nuestra naturaleza inherentemente egoísta.

Bienvenido sea.

La humanidad mejora, aunque hasta eso sería discutible para más de uno, pero lo cierto es que lo hace con frustrante parsimonia. Tan lentamente, que es bastante probable que no alcancemos nuestras ilusionantes metas utópicas, sino que más bien nuestro futuro sea distópico.

Combatir la intolerancia con la tolerancia, los extremismos con talante dialogante, las agresiones bélicas con diplomacia, poner la otra mejilla, etc., pueden ser cosas que suenen muy bien a nuestros hipócritas oídos (en realidad, en esencia, son correctas y acordes a nuestro criterio general de lo que debería ser nuestra manida “humanidad”) pero, en el nivel de “civilización” en el que nos encontramos actualmente, no auguran buen desenlace.

Me da que los dinosaurios nos llevan una ventaja demasiado grande como para intentar siquiera igualarlos en un futuro lejano.

Buenas tardes desde Arcoíris.


martes, 19 de abril de 2022

Pierdeaños


En algún momento, indeterminado e ignoto, pasé de pensar que cada cumpleaños suponía un año más de vida, a considerar que, en realidad, suponía uno menos.

Sí, parece lo mismo, pero no lo es.

Quizás no como en los procesos cuánticos subatómicos, pero yo creo que nuestra percepción cambia un poco nuestra realidad. No a nivel físico, pero sí a nivel psíquico.

Si bien técnicamente aún no he entrado en lo que hoy en día consideramos vejez, es evidente que el haber ido siempre un paso por delante en mi edad mental (mi madre me decía muchas veces que nunca fui un verdadero niño y que, a veces, parecía que había nacido viejo) ahora debe tener un coste añadido.

Cada etapa de nuestra vida tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, así que tampoco se trata del “cualquier tiempo pasado fue mejor” lo que, por otra parte, siempre me pareció de una estupidez supina. 

En cualquier caso, es evidente que uno piensa más en aquellos temas que le son próximos, temporalmente hablando, y menos en los que están alejados, por lo que necesariamente los pensamientos, y todo lo que ellos conllevan, son diferentes.

A Ghandi se le atribuyen las siguientes palabras:

“Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras.

Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos.

Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos.

Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino.”

Estas proposiciones concatenadas nos llevan a la dudosa conclusión, pero plausible, de que tus pensamientos forjan tu destino, ¡casi nada!

El deterioro físico que sufrimos desde que nacemos, y que se debe principalmente a una evolución marcada por el imperio del oxígeno, no ayuda nunca a que nuestros pensamientos vuelen por encima de nuestra mortalidad y, desde luego, esto es algo que no mejora conforme vamos cumpliendo nuestro tiempo finito en este mundo.

Pese a los recordatorios permanentes que llamamos “achaques”, nos empeñamos en considerarnos jóvenes (y eso, desde luego, contribuye beneficiosamente a nuestra, tan ahora de moda, salud mental), pero si pensamos demasiado en nuestros autoengaños la cosa ya no es tan beneficiosa.

Por algún motivo desconocido, pero que sin duda tiene que ver con nuestros pobres esquemas mentales y con nuestra naturaleza imperfecta, la racionalización no es siempre lo más deseable.

En fin, que me deseo un feliz e irracional cumpleaños.

Buenas tardes desde Arcoíris.