lunes, 14 de noviembre de 2016

Akenatón se ha ido



El auténtico, el faraón hereje, se fue hace más de 3300 años. Mi gato lo ha hecho hoy.

Tenía 21 años, que para un gato es como ser centenario para nosotros, así que no ha tenido una vida corta.

Además de larga, su vida ha sido cómoda. No puedo ir más allá de esto pues no tengo claro si los animales son felices en el sentido humano y, por otra parte, dudo que un animal domesticado, al que se le da todo hecho y al que se limita su mundo, pueda experimentar la felicidad en profundidad. Es el nuestro un mundo de contrastes, y no se es verdaderamente consciente de lo bueno si no se experimenta lo malo.

No era un gato especial, era lo que se espera de un gato: independiente y egoísta. No me gustan las mascotas en general, pero desde luego prefiero un gato orgulloso a un perro lameculos. Sé que no se trata más que de un traslado, de una proyección antropomórfica, de nuestras actitudes en la vida y que el "egoísmo" de los gatos o la "nobleza" de los perros obedece a meras cuestiones evolutivas y de adaptación, pero no me siento más tonto por admitirlo.

De igual manera, nuestra civilización (a través de lo que se considera política o socialmente correcto) y nuestra querida razón (que pensamos única en el mundo animal), hacen que admitir que se siente más la pérdida de una mascota que la muerte de las decenas de miles de personas que nos dejan cada día, te convierta en una especie de monstruo. Pues bien, yo acepto que se me considere un monstruo.

La ética, tristemente ligada a valoraciones de tipo moral, ni es única, ni es absoluta, ni es inmutable. Pero es que, además, no debería negar nuestra naturaleza.

Quien de verdad me considere un monstruo por admitir tal hecho es, simplemente, un hipócrita. Los sentimientos no pueden ser moldeados ni juzgados bajo patrones de uniformidad, ni sobre ideas de lo que está bien y de lo que está mal. Se siente y punto. Nadie llora todo el tiempo por las injusticias del mundo y, sin embargo, hay quien lo hace cuando ve sufrir a un animal.

Es lo que somos, seres empáticos. Y la empatía, como la gravedad o el campo electromagnético, disminuye con el cuadrado de la distancia.

Hace poco me preguntaban por la ataraxia, que viene a ser un estado, claramente inalcanzable en mi opinión, en el que se es imperturbable a los dictámenes de los sentimientos, las pasiones y los deseos.

Aunque reconozco, ahora y en alguna entrada anterior, que mi tendencia siempre ha ido en esa dirección, se debe ser cuidadoso en los extremos. Lo lamento por algunos de mis queridos filósofos griegos, pero creo que alcanzar ese estado sí nos convertiría en monstruos. De hecho, creo que se considera una patología, una disfunción, a nivel psicológico.

Siento que mi gato haya muerto, y siento haberlo ayudado a morir, aunque la eutanasia no me supone un problema ético ni siquiera con los humanos. No elijo lo que siento.

En su honor, y de nuevo caigo en el antropomorfismo, repito imagen por primera vez en este blog. Es la foto con la que abrí mi primera entrada, aunque no tenía relación alguna con ella.


Buenas noches desde Arcoíris.