Hablaba sin descanso, sin dudas, con falsa pasión. Es lo que
le habían enseñado, es lo que funcionaba.
Las palabras fluían de su boca con armonía y equilibrio, sin
esfuerzo. Hablaba como andaba, casi de forma refleja.
En otro tiempo su discurso fue sincero, comprometido,
razonado y hasta romántico en su trasfondo, pero hacía tiempo que se había
transformado.
Sin darse apenas cuenta, sin aparente motivo, como la
manzana que machaconamente se empeña en caer hacia posiciones de menor energía
potencial, sus palabras ya no se correspondían con sus otrora grandes ideales
pues, en algún lugar del tortuoso camino de su carrera política, éstas habían
empezado a tender hacía posiciones de menor conflicto con la masa.
Decía las cosas que la gente quería oír, sin ya preocuparse
de que éstas fueran las que, a su juicio, más convenían a esa misma gente. Ni
siquiera se preocupaba de la veracidad de sus palabras, pues la credibilidad
era mucho más relevante y hacía tiempo que sabía que lo que se cree no tiene porque
ser verdad. Los ejemplos son, casi literalmente, innumerables.
Sin embargo, en su fuero interno, aún creía que cuando
estuviese en el poder toda esa estrategia, ya casi inconsciente y que en el
fondo le repugnaba, cobraría su sentido y podría entonces dejarlo todo atrás y
convertir las mentiras piadosas y condescendientes en actos dirigidos al bien
común, por impopulares que éstos fueran. Los niños no suelen desear aquello que
más les conviene.
Había cambiado, eso era incontestable, pero aún creía tener
el control.
Los políticos honrados y con vocación siempre creen tenerlo.
Los que no lo son no lo creen, lo saben y lo ejercen con desvergüenza.
Ya no se escuchaba y, cuando alguna vez lo hacía de forma
inesperada, le sorprendían sus pensamientos agridulces: preciosos envoltorios
sobre pobres contenidos, cuidada pero vacía dialéctica cargada de sofismas tan
perversos como efectivos.
Pero sólo era un medio, se decía. La Ética es más importante
que la Moral y la Política es su instrumento.
Más tarde o más temprano se daría cuenta de que los
constructos humanos nunca son absolutos. Llegado ese día tendría que decidir
entre dejar la política o aprovecharse de ella.
La historia pasada, y la reciente, parecen indicarnos que esa elección no es tan sencilla...
Buenas tardes desde Arcoíris.