miércoles, 21 de octubre de 2015

El político



Hablaba sin descanso, sin dudas, con falsa pasión. Es lo que le habían enseñado, es lo que funcionaba.

Las palabras fluían de su boca con armonía y equilibrio, sin esfuerzo. Hablaba como andaba, casi de forma refleja.

En otro tiempo su discurso fue sincero, comprometido, razonado y hasta romántico en su trasfondo, pero hacía tiempo que se había transformado.

Sin darse apenas cuenta, sin aparente motivo, como la manzana que machaconamente se empeña en caer hacia posiciones de menor energía potencial, sus palabras ya no se correspondían con sus otrora grandes ideales pues, en algún lugar del tortuoso camino de su carrera política, éstas habían empezado a tender hacía posiciones de menor conflicto con la masa.

Decía las cosas que la gente quería oír, sin ya preocuparse de que éstas fueran las que, a su juicio, más convenían a esa misma gente. Ni siquiera se preocupaba de la veracidad de sus palabras, pues la credibilidad era mucho más relevante y hacía tiempo que sabía que lo que se cree no tiene porque ser verdad. Los ejemplos son, casi literalmente, innumerables.

Sin embargo, en su fuero interno, aún creía que cuando estuviese en el poder toda esa estrategia, ya casi inconsciente y que en el fondo le repugnaba, cobraría su sentido y podría entonces dejarlo todo atrás y convertir las mentiras piadosas y condescendientes en actos dirigidos al bien común, por impopulares que éstos fueran. Los niños no suelen desear aquello que más les conviene.

Había cambiado, eso era incontestable, pero aún creía tener el control.
Los políticos honrados y con vocación siempre creen tenerlo. Los que no lo son no lo creen, lo saben y lo ejercen con desvergüenza.

Ya no se escuchaba y, cuando alguna vez lo hacía de forma inesperada, le sorprendían sus pensamientos agridulces: preciosos envoltorios sobre pobres contenidos, cuidada pero vacía dialéctica cargada de sofismas tan perversos como efectivos. 

Pero sólo era un medio, se decía. La Ética es más importante que la Moral y la Política es su instrumento.

Más tarde o más temprano se daría cuenta de que los constructos humanos nunca son absolutos. Llegado ese día tendría que decidir entre dejar la política o aprovecharse de ella.

La historia pasada, y la reciente, parecen indicarnos que esa elección no es tan sencilla...

Buenas tardes desde Arcoíris.