Sirviendo a su amo parecía feliz.
No era un amo de verdad, ni ella
una esclava. En esta vida nada es definible con objetividad. Hegel pensaba que
el esclavo opta por su vida antes que por su deseo y Epicteto parecía tener
claro que nadie es libre si no es su propio amo.
A veces imaginaba la libertad,
pero era un concepto que le era tan ajeno que apenas permanecía un instante en
su mente. Parecía haber nacido para ello, y nunca necesitó nada más.
Pero un día llegó él, y su mundo
cambió. No era una cuestión de intención, ni siquiera de voluntad, simplemente
había sucedido.
Apareció en su vida de forma
casual e inesperada, pero con inusitada fuerza y desbordada pasión.
Había bebido de él con
precaución, a pequeños sorbos, pero pronto se convirtió en una droga de la que
no quería prescindir. Sintió que su mundo se abría y eso le dio un poco de
miedo. Y había razón en sus temores.
Lo que fue un soplo de aire
fresco en su existencia también fue el detonante de su desesperación. Ya no
veía la realidad de la misma forma; ahora entendía algunas cosas que antes
simplemente no veía y eso era tan satisfactorio como frustrante e inquietante.
No sabía cómo describirlo: no
quería volver atrás, y tampoco podía, pero era consciente de que, en realidad,
no era más feliz que antes.
En el cielo las estrellas ya no
eran solo luces lejanas sin nombre, pero nunca sabría todos sus nombres.
La verdad es esclava del
oscurantismo, y el conocimiento es su libertador.
La vida es esclava del miedo, y
el Ángel de la Muerte es su libertador.
Buenas noches desde Arcoíris,
donde cada año que nace es mi esclavo.