Cada día que se convierte en
pasado es un día menos de futuro. Irrefutable.
Y, sin embargo, realmente no
parecemos conscientes de ello. Conforme la esperanza de vida crece, el valor
que le asignamos al tiempo mengua. Por contra, conforme nuestra edad se
incrementa ese mismo tiempo parece más precioso.
A menudo deseamos la
inmortalidad, no la de Mozart o Einstein, sino la de los propios dioses. Es un reflejo de la angustia que nos provoca el conocimiento de nuestra indefectible desaparición. Pero de sernos concedido ese deseo, ya fuera gracias a la ciencia o a la divinidad, tengo la sensación de que
acabaría convirtiéndose en un tormento. La vida cansa.
Hoy hace cuatro años que mi
ascendiente nos dejó, ayer hizo dieciséis que mi descendiente apareció. La
rueda no deja de girar.
No puedes leerme, ni puedes oírme,
pero en mi mente sigues existiendo, madre.
Buenas tardes desde Arcoíris.