"La verdad os hará libres".
"El hombre es bueno por naturaleza".
¡Qué gran falsedad!.
Grandes frases de grandes hombres. Nada menos que de Jesús de Nazaret, referente ético donde los haya, y de Rousseau, uno de los padres de la Revolución Francesa.
Dos grandes personajes, tan ilusos como ilusionados, y a los que hoy en día podríamos llamar, sin la vergüenza que empieza a asociarse con tal denominación, verdaderos socialistas.
¿Pueden acaso estar equivocados en manifestaciones tan hermosas?, ¿se puede dudar siquiera de palabras que surgieron de semejantes labios?. Bueno, creo que la tercera frase de esta entrada ya me posiciona al respecto...
Veamos porque se me antojan falsas, que no mentiras (pues verdaderamente no creo que sean palabras dichas desde una visión distinta a la que pudieran creer o pensar):
Hagamos un ejercicio de imaginación y busquemos una forma de comprobar las dos cosas a un tiempo. Imaginemos por un momento que fuéramos capaces de leernos la mente unos a otros, tal y como podemos vernos u oírnos. ¡Casi nada!
Desde ese momento, la verdad nos iluminaría con su luz cegadora y mandaríamos de un plumazo a la mentira a la oscura ignominia que parece merecerse. ¡Ya seríamos libres!.
Esa libertad supondría que, al cabo de unas pocas generaciones (por aquello que se argumenta de que es la educación, en su sentido más amplio, o, más correctamente, la falta de ella, la que malogra nuestra inherente bondad), la humanidad alcanzaría las más altas cotas de "humanidad".
Bonito escenario. Estoy seguro de que incluso muchos lo creerían posible de verdad. La ilusión, en sus dos acepciones principales, es una poderosa forma de autoengaño.
¿Qué es lo que ocurriría si lo imaginado fuera posible?. No lo sé, no puedo saberlo.
¿Qué es lo que creo que ocurriría si lo imaginado fuera posible?. Bien, aquí es donde entra mi descreimiento. Pienso que el resultado de tal "superpoder" generalizado sería la extinción (adelantada a lo inevitable, si se me permite ser aún más tétrico) de la raza humana. A gran y a pequeña escala, a nivel de países y a nivel de individuos.
Es sólo el adecuado equilibrio entre verdad y mentira lo que nos mantiene alejados de nuestra verdadera naturaleza, que no es desde luego la inclinación al bien.
Ya sabéis que mi fe en lo trascendente es nula, ahora ya sabéis, si no era evidente a estas alturas, que ni siquiera tengo fe en mis semejantes.
¿Triste?, ¿descorazonador?, ¿objeto de compasión o lástima?. No, desde luego que no. Es algo que acepto como lo que creo que es, una realidad subyacente en el mundo de Yupi en el que nuestra mente parece querer somatizarnos.
¿Debería suponer una forma distinta de actuar con quienes nos rodean?. No, tampoco lo creo. Es como si conocer las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos tuviera como consecuencia que nos moviéramos de manera distinta. O como si la mecánica cuántica, asesina del determinismo, nos dejara bloqueados en nuestras predicciones.
Mejor no leáis mi mente, leer las pequeñas mentiras que escribo.
Buenas días desde Arcoíris.