Desconfiar
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Decía Aristófanes que la desconfianza es la madre de la
seguridad. Y, como buen griego que era, entre error y error encontraba alguna
buena verdad.
Si bien es cierto que no se puede llevar este pensamiento
hasta sus últimas consecuencias, porque supondría caer en patologías de tipo
paranoide, también lo es que las fuentes verdaderamente fiables son algo que
raya en la utopía.
Con el advenimiento de las comunicaciones globales en su
sentido más amplio el hombre libre (si eso significa realmente algo) ha
adquirido la oportunidad de contrastar convenientemente cualquier información
recibida. Pero, ¿lo hacemos?.
No sólo no lo hacemos, sino que no queremos hacerlo. En
realidad lo que nos gusta es ver, oír, leer, aquello que se acerca a la idea
que nos hemos formado sobre una determinada cuestión.
Hay incluso un término psicológico, que no recuerdo, para
describir algo que parece ser inherente a nuestra especie: el cómo tendemos a
ignorar, descartar, o menospreciar, aquello que no respalda nuestra opinión, al
tiempo que reforzamos, aceptamos, e incluso hacemos nuestros, aquellos
razonamientos que concuerdan en mayor o menor medida con nuestras ideas.
Y todo ello al margen de tontas consideraciones como la
verdad o la realidad, que son cosas al parecer fuera de nuestro alcance.
Y la cosa encaja.
Por ejemplo, esto explicaría porque la gente tiene tendencia
a leer prensa, o ver televisión, con una tendencia política clara. El sujeto, o
sujeta, que hace esto, y dudo que exista un sólo ser humano que no caiga en estas
prácticas en mayor o menor medida, no cree por regla general que la visión que
está obteniendo sea subjetiva, sino que cree que es la versión correcta. No
saldrá nunca corriendo a comprar un periódico de tendencia contraria, ni
cambiará de canal, antes de formarse una idea. Y no quedará en eso, sino que
defenderá aquello que ha visto o leído como la única verdad sobre la tierra,
siempre y cuando no se aparte mucho de su esquema mental.
También explicaría porque no se hace un esfuerzo para
contrastar la información que recibimos: simplemente será correcta si encaja
con nuestra forma de entender la cuestión e incorrecta si nos supone un
conflicto.
Y esto vale para la política, para el deporte, para los
famosos...
Si un político "del otro bando" es juzgado, para
nosotros será culpable, aunque un juez diga lo contrario. Si es del
"nuestro" será una simple demostración de que se trataba de una
persecución injustificada. Y bastará con que se lo oigamos decir al de turno (y
siempre hay alguien de turno). Claro que hay quien directamente juzgará y
condenará a cualquier político independientemente de su afiliación, pero eso no anula el argumento, porque para éstos también será una verdad preclara que son
culpables. Y siempre podremos encontrar a alguien que tenga en sus manos esa
misma verdad.
La verdad y la justicia se autorregulan en nuestra mente de
manera que siguen siendo puras y
absolutas, por mucha mierda que nos echen, o nos echemos, encima.
No me fio. Ni de los "mios".
Buenas noches desde Arcoíris.